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Religión y política

En pleno siglo XXI es muy normal encontrarse con personas discutiendo sobre religión y política en todo tipo de entornos. Ya sean a favor o en contra, de izquierda o de derecha, ateos o musulmanes, comunistas o cristianos. Independientemente del tipo de credo o partido político con el que se identifique una persona, tiene derecho a discutir y tener sus propios puntos de vista. Pero ¿qué pasa con la guerra que se libra desde hace siglos en la literatura? No hay nada nuevo en decir que la religión y la política siempre han existido en un tira y afloja. Atravesaron los siglos en un duelo constante, viviendo una especie de política de café con leche menos amistosa. El equilibrio entre estas dos fuerzas dinámicas es precario y se genera a partir de intensas disputas ideológicas que se han disputado durante siglos y, aun así, el tema sigue candente y mueve lenguas afiladas.


Desde la antigüedad – una época en la que el registro de la Historia es muy dudoso, precario y no precisamente considerado importante – las civilizaciones, independientemente de su cultura o nivel de sofisticación, han mostrado algo en común: la representación de un creador y la estipulación de un modelo político. Aunque estas civilizaciones no tenían medios posibles para comunicarse, mostraron la misma conclusión en diferentes deidades como los dioses egipcios o greco-romanos, Jehová, Brahma, Alá, o simplemente “Dios” como se llama en el cristianismo, la doctrina con mayor Adhesión al cristianismo en el mundo. ¿Son estos hechos simplemente una coincidencia histórica o evidencia de que la humanidad tiene un gran propósito?


Abordemos ahora los análisis relacionados con el principal rival histórico de la religión, la política. La política tal como la conocemos hoy tiene sus conceptos basados ​​en gran medida en grandes nombres como Maquiavelo, pero no fueron estas figuras ilustres quienes la crearon. La política ya se practicaba desde la formación de los contornos más primarios de la sociedad, por necesidad surgieron modelos políticos que se adaptaban a las circunstancias y facilitaban la supervivencia. Sin embargo, el comienzo de lo que se parece más a la dinámica política que conocemos hoy no comenzó hasta la Antigua Grecia con el surgimiento de la Polis y la apreciación de la retórica.


Muchos historiadores, filósofos y científicos sociales han analizado y profundizado en la historia de la humanidad, buscando comprender el origen de las civilizaciones, el camino del desarrollo tecnológico y humano, y la esencia inherente del comportamiento humano que ha llevado, durante milenios, a tener una relación problemática en lo que respecta a política y religión, a veces socios, como en el antiguo Egipto, y a veces enemigos jurados, como en la ola del movimiento de la Ilustración.


Sin embargo, al tratar estos conflictos cotidianos, en una verdadera guerra de trincheras, algunos puntos pueden considerarse sumamente útiles a la hora de afrontar el debate constante:


1. No asuma que es dueño de la verdad: existe un amplio espectro de creencias y opiniones. Nunca debemos asumir que alguien está de acuerdo o en desacuerdo con nosotros, incluso si es de la misma fe o partido político. Si queremos que nuestras comunidades religiosas sean abiertas, inclusivas y seguras, debemos dejar espacio para opiniones y creencias diversas en todo el espectro político. Imagínese lo que pasaría si alguien viniera a la iglesia por primera vez, se sentara junto a alguien en la mesa de compañerismo y fuera testigo de cómo esa misma persona gritaba sobre cierto partido político, sin saber que el recién llegado pertenecía a él. La impresión que tendría esta persona es que no es bienvenida. Puede que esta no sea la opinión de toda la congregación, pero cada uno de nosotros es un representante de nuestra comunidad en general. Nos unimos por fe, no por política. La forma en que nuestra fe nos guía en el mundo real, e incluso en nuestra política, es personal. Hacer suposiciones sobre las opiniones políticas de otras personas puede ser, en el mejor de los casos, embarazoso y, en el peor, humillante.


2. Escuche: ¿Qué pasaría si, en lugar de insistir en nuestra ideología o doctrina, pudiéramos ser conocidos por escuchar con empatía y comprensión? Cuando nos aferramos firmemente a nuestra propia perspectiva, nuestra primera reacción es defenderla. Cuando empezamos a valorar nuestras ideas por encima de las que nos rodean, entonces el péndulo ya ha oscilado demasiado. Jesús entendió que no era la retórica lo que cambiaba las mentes, sino el amor y la compasión los que cambiaban los corazones. Estamos en el negocio de cambiar corazones, no mentes. Cuando escuchamos verdaderamente a los demás, podemos comunicarnos a un nivel mucho más profundo. Nuestras propias visiones se enriquecerán con los conocimientos y experiencias que obtengamos y compartamos.


3. Practica la empatía: Pasando a la rama religiosa cristiana, existen numerosos versículos, frecuentemente citados por los creyentes, que enfatizan en valorar a los demás como “ama a tu enemigo” o “ama a tu prójimo como a ti mismo”, sin embargo, tal referencia parece volverse cliché porque se cita constantemente, pero rara vez se practica. Uno de los principales lugares donde se producen malentendidos es Internet. Las redes sociales son un campo minado de diafonía, hipérbole y sarcasmo. He visto a personas que profesan una fe profunda o un principio ético usar palabras irrespetuosas, arrogantes y blasfemias al confrontar a personas con opiniones diferentes en las redes sociales. Esta es la manera número uno de hacer que alguien deje de escuchar, porque nadie escucha a un hipócrita. Ninguno de nosotros es perfecto, pero como personas de fe debemos controlar constantemente esa motivación interna. ¿No deberían nuestras respuestas basarse en el amor? ¿Tratamos a los demás con la misma cortesía con la que deseamos que nos traten a nosotros? Hacer es más importante que decir, ya que las palabras se vuelven vacías cuando son sólo retórica. Recuerde, el corazón antes que la mente.


4. Crear el espacio para la paz: La paz no es sinónimo de un ambiente pasivo, con perspectivas iguales y ausencia de sentimientos negativos o desacuerdos, sino el espacio donde podemos usar las diferencias como oportunidades para salir de la zona de confort, superar conflictos y crecer. Si te enfrentas a una idea que te desafía, considérala. El maestro budista Thich Nhat Hanh dice: "La gente sufre porque está atrapada en sus puntos de vista. Una vez que liberamos esos puntos de vista, somos libres y ya no sufrimos" (El corazón de las enseñanzas del Buda: transformar el sufrimiento en paz, alegría y liberación). ¿Cómo pueden estas nuevas perspectivas profundizar la suya? ¿Cómo expresar tus ideas promoviendo un diálogo productivo? Cuando dejamos de dialogar o discutir y entramos en una lucha de opiniones donde la lógica pierde frente a las convicciones y los egos, no hay lugar para que la paz crezca en medio del entendimiento mutuo.


5. Haz buenas obras: sal a la comunidad y sirve. Deja que tu capacidad de ver a todos como parte de la misma familia humana te guíe a ser sensible con las personas que te rodean. Busque convertirse en una mejor persona superando problemas difíciles. Los seres humanos deben ser considerados más allá de etiquetas relacionadas con la fe o la política. ¿Pueden un demócrata y un republicano ofrecerse como voluntarios juntos para construir un comedor de beneficencia o pintar una casa? No necesitamos conformarnos con ninguna ideología política en particular para mejorar el mundo. Un hindú y un budista pueden unirse por el bien común, ¿por qué centrarse en los pequeños detalles que nos hacen diferentes en lugar de unirnos si nuestro objetivo de lograr la paz es el mismo? Tal como afirmó el Reverendo Moon:


"La gente suele pensar que la política mueve el mundo, pero no es así". Es la cultura y el arte lo que mueve al mundo. Es la emoción, no la razón, lo que llega a lo más profundo del corazón de las personas. Cuando los corazones cambian y son capaces de recibir cosas nuevas, las ideologías y los regímenes sociales cambian como resultado” (MOON, A Peace-Loving Citizen of the World, 2010, p. 69).


La relación entre religión y política, al igual que nuestros corazones y mentes, es un equilibrio delicado. ¿Dónde existe este equilibrio? ¿Cómo podemos unir estos dos lados que parecen tan distantes y a menudo enfrentados en el mundo en general? La respuesta está dentro de nosotros mismos. Somos el vehículo del equilibrio: el lugar en el que la religión y la política pueden existir para promover la paz en lugar de la división. Cada uno de nosotros, como residentes de un mismo planeta, debemos aspirar a descubrir cómo hacer que el mundo sea mejor a través de nuestros esfuerzos e individualidades.




Artículo original en: Dplife.info Autor: Laurel Nakai Traducción al portugués: Jin Hwa Olimpio Reseña: Ryung Suk Fraga Moreira Traducción al español: Kwan Ja

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